El Primer acuerdo: Se Impecable con tus palabras
El
primer acuerdo es el más importante, también el más difícil de cumplir.
Es tan importante que sólo con él ya serás capaz de alcanzar el nivel
de existencia que yo denomino «el cielo en la tierra». Parece ser un
acuerdo muy simple, pero es sumamente poderoso.
¿Por
qué tus palabras? Porque constituyen el poder que tienes para crear.
Son un don que proviene directamente de Dios. En la Biblia, el Evangelio
de San Juan empieza diciendo: «En el principio existía el Verbo, y el
Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios».
Mediante las palabras expresas tu poder creativo, lo revelas todo.
Independientemente de la lengua que hables, tu intención se pone de
manifiesto a través de las palabras. Lo que sueñas, lo que sientes y lo
que realmente eres, lo muestras por medio de las palabras. Son la
herramienta más poderosa que tienes como ser humano, el instrumento de
la magia. Pero son como una espada de doble filo: pueden crear el sueño
más bello o destruir todo lo que te rodea. Uno de los filos es el uso
erróneo de las palabras, que crea un infierno en vida. El otro es la
impecabilidad de las palabras, que sólo engendrará belleza, amor y el
cielo en la tierra. Según cómo las utilices, las palabras te liberarán o
te esclavizarán aún más de lo que imaginas. Toda la magia que posees se
basa en tus palabras. Son pura magia, y si las utilizas mal, se
convierten en magia negra.
Esta
magia es tan poderosa, que una sola palabra puede cambiar una vida o
destruir a millones de personas.
Todo ser humano es un mago, y por medio de las palabras, puede hechizar a alguien o liberarlo de un hechizo.
Continuamente estamos lanzando hechizos con nuestras opiniones. Por
ejemplo, me encuentro con un amigo y le doy una opinión que se me acaba
de ocurrir. Le digo: «¡Mmmm! Veo en tu cara el color de los que acaban
teniendo cáncer». Si escucha esas palabras y está de acuerdo,
desarrollará un cáncer en menos de un año. Ese es el poder de las
palabras.
Ser
impecable es no ir contra ti mismo. Cuando eres impecable, asumes la
responsabilidad de tus actos, pero sin juzgarte ni culparte. Desde este
punto de vista, todo el concepto de pecado deja de ser algo moral o
religioso para convertirse en una cuestión de puro sentido común. El
pecado empieza con el rechazo de uno mismo. El mayor pecado que cometes
es rechazarte a ti mismo. En términos religiosos, el autorrechazo es un
«pecado mortal», es decir que te conduce a la muerte. En cambio, la
impecabilidad te conduce a la vida. Ser
impecable con tus palabras es no utilizarlas contra ti mismo. Si te veo
en la calle y te llamo estúpido, puede parecer que utilizo esa palabra
contra ti pero en realidad la utilizo contra mí mismo, porque tú me
odiarás por ello y tu odio no será bueno para mí. Por lo tanto, si me
enfurezco y con mis palabras te envío todo mi veneno emocional, las
estoy utilizando en mi contra. Si
me amo a mí mismo, expresaré ese amor en mis relaciones contigo y seré
impecable con mis palabras, porque la acción provoca una reacción
semejante. Si te amo, tú me amarás. Si te insulto, me insultarás. Si
siento gratitud por ti, tú la sentirás por mí. Si soy egoísta contigo,
tú lo serás conmigo. Si utilizó mis palabras para hechizarte, tú
emplearás las tuyas para hechizarme a mí.
Ser
impecable con tus palabras significa utilizar tu energía correctamente,
en la dirección de la verdad y del amor por ti mismo. Si llegas a un
acuerdo contigo para ser impecable con tus palabras, eso bastará para
que la verdad se manifieste a través de ti y limpie todo el veneno
emocional que hay en tu interior.
Si
adoptamos el Primer Acuerdo y somos impecables con nuestras palabras,
cualquier veneno emocional acabará por desaparecer de nuestra mente y
dejaremos de transmitirlo en nuestras relaciones personales. Es la
manera que utilizamos para sentirnos cerca de otras personas, porque ver
que alguien se siente tan mal como nosotros, nos hace sentir mejor.
El Segundo Acuerdo consiste en no tomarte nada personalmente.
Suceda lo que suceda a tu alrededor no te lo tomes personalmente. Un ejemplo, si te encuentro en la calle y te digo:
«¡Eh, eres un estúpido!», sin conocerte, no me refiero a ti, sino a mí.
Si te lo tomas personalmente, tal vez te creas que eres un estúpido.
Quizá te digas a ti mismo: «¿Cómo lo sabe? ¿Acaso es clarividente o es
que todos pueden ver lo estúpido que soy?».
Te
lo tomas personalmente porque estás de acuerdo con cualquier cosa que
se diga. Y tan pronto como estás de acuerdo, el veneno te recorre y te
encuentras atrapado en el sueño del infierno. El motivo de que estés
atrapado es lo que llamamos «la importancia personal». La importancia
personal, o el tomarse las cosas personalmente, es la expresión máxima
del egoísmo, porque consideramos que todo gira a nuestro alrededor.
Durante el período de nuestra educación (o de nuestra domesticación),
aprendimos a tomarnos todas las cosas de forma personal. Creemos que
somos responsables de todo. ¡Yo, yo, yo y siempre yo! Nada de lo que los
demás hacen es por ti. Lo hacen por ellos mismos.
Todos
vivimos en nuestro propio sueño, en nuestra propia mente; los demás
están en un mundo completamente distinto de aquel en que vive cada uno
de nosotros. Cuando nos tomamos personalmente lo que alguien nos dice,
suponemos que sabe lo que hay en nuestro mundo e intentamos imponérselo
por encima del suyo. Incluso cuando una situación parece muy personal,
por ejemplo cuando alguien te insulta directamente, eso no tiene nada
que ver contigo. Lo que esa persona dice, lo que hace y las opiniones
que expresa responden a los acuerdos que ha establecido en su propia
mente. Su punto de vista surge de toda la programación que recibió
durante su domesticación.
Sea
lo que sea lo que la gente haga, piense o diga, no te lo tomes
personalmente. Si te dice que eres maravilloso, no lo dice por ti. Tú
sabes que eres maravilloso. No es necesario que otras personas te lo
digan para creerlo. No te tomes nada personalmente. Aun cuando alguien
agarrase una pistola y te disparase en la cabeza, no sería nada
personal. Incluso hasta ese extremo. Ni siquiera las opiniones que
tienes sobre ti mismo son necesariamente verdad; por consiguiente, no
tienes la menor necesidad de tomarte cualquier cosa que oigas en tu
propia mente personalmente. La mente tiene la capacidad de hablarse a sí
misma, pero también tiene la capacidad de escuchar la información que
está disponible de otras esferas.
La
mente también es capaz de hablarse y escucharse a sí misma. Tu mente
está dividida, igual que lo está tu cuerpo. Del mismo modo en que puedes
estrechar con una mano tu otra mano y sentirla, la mente puede hablar
consigo misma. Una
parte de tu mente habla y otra escucha. Cuando muchas partes de tu
mente hablan todas al mismo tiempo, se origina un gran problema. A esto
lo llamamos mitote, ¿recuerdas? Podemos comparar el mitote con un enorme
mercado en el que miles de personas hablan y hacen trueques a la vez.
Cada una tiene pensamientos y sentimientos diferentes; cada una tiene un
punto de vista distinto. Todos los acuerdos que hemos establecido -la
programación de la mente- no son necesariamente compatibles entre sí.
Cada acuerdo es como un ser vivo independiente; tiene su propia
personalidad y su propia voz. Hay acuerdos incompatibles, que se
contradicen los unos a los otros, y el conflicto se va extendiendo hasta
que estalla una gran guerra en la mente.
Vayas
donde vayas, encontrarás a gente que te mentirá, pero a medida que tu
conciencia se expanda, descubrirás que tú también te mientes a ti mismo.
No esperes que los demás te digan la verdad, porque ellos también se
mienten a sí mismos. Tienes que confiar en ti y decidir si crees o no lo
que alguien te dice.
Si
alguien no te trata con amor ni respeto, que se aleje de ti es un
regalo. Si esa persona no se va, lo más probable es que soportes muchos
años de sufrimiento con ella. Que se marche quizá resulte doloroso
durante un tiempo, pero finalmente tu corazón sanará. Entonces, elegirás
lo que de verdad quieres. Descubrirás que, para elegir correctamente,
más que confiar en los demás, es necesario que confíes en ti mismo.
Ya
puedes ver cuán importante es este acuerdo. No tomar nada personalmente
te ayuda a romper muchos hábitos y costumbres que te mantienen atrapado
en el sueño del infierno y te causan un sufrimiento innecesario. Si
mantienes este acuerdo, viajarás por todo el mundo con el corazón
abierto por completo y nadie te herirá. Dirás: «Te amo», sin miedo a que
te rechacen o te ridiculicen. Pedirás lo que necesites. Dirás sí o
dirás no -lo que tú decidas- sin culparte ni juzgarte. Siempre puedes
seguir a tu corazón. Si lo haces, aunque estés en medio del infierno,
experimentarás felicidad y paz interior. Permanecerás en tu estado de
dicha y el infierno no te afectará en absoluto.
Tendemos a hacer suposiciones sobre todo. El problema es que, al
hacerlo, creemos que lo que suponemos es cierto. Juraríamos que es real.
Hacemos suposiciones sobre lo que los demás hacen o piensan -nos lo
tomamos personalmente – y después, los culpamos y reaccionamos enviando
veneno emocional con nuestras palabras. Este es el motivo por el cual
siempre que hacemos suposiciones, nos buscamos problemas. Hacemos una
suposición, comprendemos las cosas mal, nos lo tomamos personalmente y
acabamos haciendo un gran drama de nada.
Toda
la tristeza y los dramas que has experimentado tenían sus raíces en las
suposiciones que hiciste y en las cosas que te tomaste personalmente.
Concédete un momento para considerar la verdad de esta afirmación. Toda
la cuestión del dominio entre los seres humanos gira alrededor de las
suposiciones y el tomarse las cosas personalmente. Todo nuestro sueño
del infierno se basa en ello.
Hacer suposiciones en nuestras relaciones significa buscarse problemas.
A menudo, suponemos que nuestra pareja sabe lo que pensamos y que no es
necesario que le digamos lo que queremos. Suponemos que hará lo que
queremos porque nos conoce muy bien. Si no hace lo que creemos que
debería hacer, nos sentimos realmente heridos y decimos: «Deberías
haberlo sabido».
Otro
ejemplo: Decides casarte y supones que tu pareja ve el matrimonio de la
misma manera que tú. Después, al vivir juntos, descubres que no es así.
Esto crea muchos conflictos; sin embargo, no intentas clarificar tus sentimientos
sobre el matrimonio. El marido regresa a casa del trabajo. La mujer
está furiosa y el marido no sabe por qué. Quizá sea porque la mujer hizo
una suposición. No le dice a su marido lo que quiere porque supone que
él la conoce tan bien que ya lo sabe, como si pudiese leer su mente. Se
disgusta porque él no satisface sus expectativas. Hacer suposiciones en
las relaciones conduce a muchas disputas, dificultades y malentendidos
con las personas que supuestamente amamos.
En
cualquier tipo de relación, podemos suponer que los demás saben lo que
pensamos y que no es necesario que digamos lo que queremos. Harán lo que
queremos porque nos conocen muy bien. Si no lo hacen, si no hacen lo
que creemos que deberían hacer, nos sentimos heridos y pensamos: «¿Cómo
ha podido hacer eso? Debería haberlo sabido». Suponemos que la otra
persona sabe lo que queremos. Creamos un drama completo porque hacemos
esta suposición y después añadimos otras más encima de ella.
El
funcionamiento de la mente humana es muy interesante. Necesitamos
justificarlo, explicarlo y comprenderlo todo para sentirnos seguros.
Tenemos millones de preguntas que precisan respuesta porque hay muchas
cosas que la mente racional es incapaz de explicar. No importa si la
respuesta es correcta o no; por sí sola, bastará para que nos sintamos
seguros.
Esta
es la razón por la cual hacemos suposiciones. Si los demás nos dicen
algo, hacemos suposiciones, y si no nos dicen nada, también las hacemos
para satisfacer nuestra necesidad de saber y reemplazar la necesidad de
comunicarnos. Incluso si oímos algo y no lo entendemos, hacemos
suposiciones sobre lo que significa, y después, creemos en ellas.
Hacemos todo tipo de suposiciones porque no tenemos el valor de
preguntar.
Suponemos
que todo el mundo ve la vida del mismo modo que nosotros. Suponemos que
los demás piensan, sienten, juzgan y maltratan como nosotros lo
hacemos. Esta es la mayor suposición que podemos hacer y es la
razón por la cual nos da miedo ser nosotros mismos ante los demás,
porque creemos que nos juzgarán, nos convertirán en sus víctimas, nos
maltratarán y nos culparán como nosotros mismos lo hacemos. De modo que,
incluso antes de que los demás tengan la oportunidad de rechazarnos,
nosotros ya nos hemos rechazado a nosotros mismos. Así es como funciona
la mente humana.
A
menudo, cuando inicias una relación con alguien que te gusta, tienes
que justificar por qué te gusta. Sólo ves lo que quieres ver y niegas
que algunos aspectos de esa persona te disgustan. Te mientes a ti mismo
con el único fin de sentir que tienes razón. Después haces suposiciones y
una de ellas es: «Mi amor cambiará a esta persona». Pero no es verdad.
Tu amor no cambiará a nadie. Si las personas cambian es porque quieren
cambiar, no porque tú puedas cambiarlas. Entonces, ocurre algo entre
vosotros dos y te sientes dolido. De pronto, ves lo que no quisiste ver
antes, sólo que ahora está amplificado por tu veneno emocional. Ahora
tienes que justificar tu dolor emocional y echar la culpa de tus
decisiones a los demás. No es necesario que justifiquemos el amor; está
presente o no lo está. El amor verdadero es aceptar a los demás tal como
son, sin tratar de cambiarlos. Si intentamos cambiarlos significa que,
en realidad, no nos gustan. Por supuesto, si decides vivir con alguien,
si llegas a ese acuerdo, siempre será mejor que esa persona sea
exactamente como tú quieres que sea. Encuentra a alguien a quien no
tengas que cambiar en absoluto. Resulta mucho más fácil hallar a alguien
que ya sea como tú quieres que sea, que intentar cambiar a una persona.
Además, ese alguien debe quererte tal como eres para no tener que
hacerte cambiar en absoluto. Si otras personas piensan que tienes que
cambiar, eso significa que, en realidad, no te aman tal como eres.
¿Y para qué estar con alguien si tú no eres tal como quiere que seas? Debemos
ser quienes somos, de modo que no tenemos que presentar una falsa
imagen. Si me amas tal como soy, muy bien, tómame. Si no me amas tal
como soy, muy bien, adiós. Búscate a otro. Quizá suene duro, pero este
tipo de comunicación significa que los acuerdos personales que
establecemos con los demás son claros e impecables. Imagínate tan sólo
el día en que dejes de suponer cosas de tu pareja, y a la larga, de
cualquier otra persona de tu vida. Tu manera de comunicarte cambiará
completamente y tus relaciones ya no sufrirán más a causa de conflictos
creados por suposiciones equivocadas.
La manera de evitar las suposiciones es preguntar.
Asegúrate de que las cosas te queden claras. Si no comprendes alguna,
ten el valor de preguntar hasta clarificarlo todo lo posible, e incluso
entonces, no supongas que lo sabes todo sobre esa situación en
particular. Una vez que escuches la respuesta, no tendrás que hacer
suposiciones porque sabrás la verdad.
Asimismo,
encuentra tu voz para preguntar lo que quieres. Todo el mundo tiene
derecho a contestarte «sí» o «no», pero tú siempre tendrás derecho a
preguntar. Del mismo modo, todo el mundo tiene derecho a preguntarte y tú tienes derecho a contestar «sí» o «no».
Con
una comunicación clara, todas tus relaciones cambiarán, no sólo la que
tienes con tu pareja, sino también todas las demás. No será necesario
que hagas suposiciones porque todo se volverá muy claro. Esto es lo que
yo quiero y esto es lo que tú quieres. Si nos comunicamos de esta
manera, nuestras palabras se volverán impecables. Si todos los seres
humanos fuésemos capaces de comunicarnos de esta manera, con la
impecabilidad de nuestras palabras, no habría guerras, ni violencia ni
disputas. Sólo con que fuésemos capaces de tener una comunicación buena y
clara, todos nuestros problemas se resolverían.
El Cuarto Acuerdo «Haz siempre lo máximo que puedas»
Sólo
hay un acuerdo más, pero es el que permite que los otros tres se
conviertan en hábitos profundamente arraigados. El Cuarto Acuerdo se
refiere a la realización de los tres primeros: Haz siempre lo máximo que
puedas.
Bajo
cualquier circunstancia, haz siempre lo máximo que puedas, ni más ni
menos. Pero piensa que eso va a variar de un momento a otro. Todas las
cosas están vivas y cambian continuamente, de modo que, en ocasiones, lo
máximo que podrás hacer tendrá una gran calidad, y en otras no será tan
bueno. Cuando te despiertas renovado y lleno de vigor por la mañana, tu
rendimiento es mejor que por la noche cuando estás agotado. Lo máximo
que puedas hacer será distinto cuándo estés sano que cuando estés
enfermo, o cuando estés sobrio que cuando hayas bebido. Tu rendimiento
dependerá de que te sientas de maravilla y feliz o disgustado, enfadado o
celoso.
En
tus estados de ánimo diarios, lo máximo que podrás hacer cambiará de un
momento a otro, de una hora a otra, de un día a otro. También cambiará
con el tiempo. A medida que vayas adquiriendo el hábito de los cuatro
nuevos acuerdos, tu rendimiento será mejor de lo que solía ser.
Independientemente del resultado, sigue haciendo siempre lo máximo que puedas, ni más ni menos. Si
intentas esforzarte demasiado para hacer más de lo que puedes, gastarás
más energía de la necesaria y, al final, tu rendimiento no será
suficiente. Cuando te excedes, agotas tu cuerpo y vas contra ti, y por
consiguiente te resulta más difícil alcanzar tus objetivos. Por otro
lado, si haces menos de lo que puedes hacer, te sometes a ti mismo a
frustraciones, juicios, culpas y reproches.
Si
haces lo máximo que puedas, vivirás con gran intensidad. Serás
productivo y serás bueno contigo mismo porque te entregarás a tu
familia, a tu comunidad, a todo. Pero la acción es lo que te hará sentir
inmensamente feliz. Siempre que haces lo máximo que puedes, actúas.
Hacer lo máximo que puedas significa actuar porque amas hacerlo, no
porque esperas una recompensa. La mayor parte de las personas hacen
exactamente lo contrario: sólo emprenden la acción cuándo esperan una
recompensa y no disfrutan de ella. Y ese es el motivo por el que no
hacen lo máximo que pueden.
Por
ejemplo, la mayoría de las personas van a trabajar y piensan únicamente
en el día de pago y en el dinero que obtendrán por su trabajo. Están
impacientes esperando a que llegue el viernes o el sábado, el día en el
que reciben su salario y pueden tomarse unas horas libres. Trabajan por
su recompensa y el resultado es que se resisten al trabajo. Intentan
evitar la acción; ésta entonces se vuelve cada vez más difícil y esas
personas no hacen
lo máximo que pueden. Trabajan muy duramente durante toda la semana,
soportan el trabajo, soportan la acción, no porque les guste, sino
porque sienten que es lo que deben hacer. Tienen que trabajar porque han
de pagar el alquiler y mantener a su familia. Son personas frustradas y
cuando reciben su paga, no se sienten felices.
Tienen
dos días para descansar, para hacer lo que les apetezca y ¿qué es lo
que hacen? Intentan escaparse. Se emborrachan porque no se gustan a sí
mismos. No les gusta su vida. Cuando no nos gusta como somos, nos
herimos de muy diversas maneras. Sin embargo, si emprendes la acción por el puro placer de hacerlo,
sin esperar una recompensa, descubrirás que disfrutas de cada cosa que
llevas a cabo. Las recompensas llegarán, pero tú no estarás apegado a
ellas. Si no esperas una recompensa, es posible que incluso llegues a
conseguir más de lo que hubieses imaginado. Si nos gusta lo que hacemos y
si siempre hacemos lo máximo que podemos, entonces disfrutamos
realmente de nuestra vida. Nos divertimos, no nos aburrimos y no nos
sentimos frustrados.
Cuando
haces lo máximo que puedes no parece que trabajes, porque disfrutas de
todo lo que haces. Sabes que haces lo máximo que puedes cuando disfrutas
de la acción o la llevas a cabo de una manera que no te repercute negativamente.
Haces lo máximo que puedes porque quieres hacerlo, no porque tengas que
hacerlo, ni por complacer al juez o a los demás. Si
emprendes la acción porque te sientes obligado, entonces, de ninguna
manera harás lo máximo que puedas. En ese caso, es mejor no hacerlo.
Cuando haces lo máximo que puedes, siempre te sientes muy feliz; por eso
lo haces. Cuando haces lo máximo que puedes por el mero placer de
hacerlo, emprendes la acción porque disfrutas de ella.
La
acción consiste en vivir con plenitud. La inacción es nuestra forma de
negar la vida, y consiste en sentarse delante del televisor cada día
durante años porque te da miedo estar vivo y arriesgarte a expresar lo
que eres. Expresar lo que eres es emprender la acción. Puede que tengas
grandes ideas en la cabeza, pero lo que importa es la acción. Una idea,
si no se lleva a cabo, no producirá ninguna manifestación, ni resultados
ni recompensas.
Hacer
lo máximo que puedas es un gran hábito que te conviene adquirir. Yo
hago lo máximo que puedo en todo lo que emprendo y siento. Hacerlo se ha
convertido en un ritual que forma parte de mi vida, porque
estás vivo. No disfrutar de lo que sucede ahora mismo es vivir en el
pasado, es vivir sólo a medias. Esto conduce a la autocompasión, el
sufrimiento y las lágrimas.
Naciste
con el derecho de ser feliz. Naciste con el derecho de amar, de
disfrutar y de compartir tu amor. Estás vivo, así que toma tu vida y
disfrútala. No te resistas a que la vida pase por ti, porque es Dios que
pasa a través de ti. Tu existencia prueba, por sí sola, la existencia
de Dios. Tu existencia prueba la existencia de la vida y la energía.No
necesitamos saber ni probar nada. Ser, arriesgarnos a vivir y disfrutar
de nuestra vida, es lo único que importa. Di que no cuando quieras
decir que no, y di que sí cuando quieras decir que sí. Tienes derecho a
ser tú mismo. Y sólo puedes serlo cuando haces lo máximo que puedes.
Cuando no lo haces, te niegas el derecho a ser tú mismo. Ésta es una
semilla que deberías nutrir en tu mente. No necesitas muchos
conocimientos ni grandes conceptos filosóficos. No necesitas que los
demás te acepten. Expresas tu propia divinidad mediante tu vida y el
amor por ti mismo y por los demás.
Los
tres primeros acuerdos sólo funcionarán si haces lo máximo que puedas.
No esperes ser siempre impecable con tus palabras. Tus hábitos
rutinarios son demasiado fuertes y están firmemente arraigados en tu
mente. Pero puedes hacer lo máximo posible. No esperes no volver nunca
más a tomarte las cosas personalmente; sólo haz lo máximo que puedas. No
esperes no hacer nunca más ninguna suposición, pero sí puedes hacer lo
máximo posible.Cuando
honres estos cuatro acuerdos juntos, ya no vivirás más en el infierno.
Definitivamente, no. Si eres impecable con tus palabras, no te tomas
nada personalmente, no haces suposiciones y siempre haces lo máximo que
puedas, tu vida será maravillosa y la controlarás totalmente.
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